viernes, 2 de diciembre de 2011

2001: un retrovirus

Versión completa de la entrevista publicada en Noticias Urbanas el 24/11/11
-Planteás que el 2001 afectó la política y lo sigue haciendo, ¿en qué la sigue afectando?
-Es una gran incógnita. La pretensión estatal (digo: tanto la del kirchnerismo como la del antikirchnerismo, incluidos los medios de comunicación) es que no la afecta en nada. La pretensión oficial es que fue un infierno que ya pasó. Ahora solo quedaría esperar ver cómo Cristina “profundiza” y nos acerca al cielo, o, a lo sumo, temer ver cómo la calamidad vuelve de la mano de una corrida cambiaria o de la crisis económica internacional. En un caso o en otro (digo: tanto con expectativas optimistas como pesimistas), se nos invita a una posición expectante. Es como si nos dijeran “sigan ustedes consumiendo a rolete y trabajando a destajo, ocúpense de sus propias vidas individuales, que de todo lo que tiene que ver con vivir juntos se ocupará Cristina”. Pues bien: si terminamos de creernos eso –lo cual veo, afortunadamente, muy lejano–, entonces 2001 dejará de afectar la gran política.
2001 fue un momento en que vivir individualmente se hacía imposible si no se lo hacía con otros. Lo que llamamos 2001 no es una fecha y no es solamente una crisis. 2001 es un principio activo y virósico: los más diversos colectivos sociales asumiendo los problemas que plantea el vivir juntos sin esperar que el Estado los resuelva, sea en la forma de empresas recuperadas en (Zanón, 2001, Brukman, 2002) sea en la forma de piquetes (Tartagal, 1999), puebladas (Cutral-co, 1996), escraches (HIJOS, 1993) y rondas (Madres, 1977), asambleas (ciudades capitales, 2002, Gualeguaychú, 2006, etc., etc.), entre muchos otros. Un principio instituyente que, como un fermento, leuda, organiza y produce, y como un retrovirus, muta.
Ahora bien, estamos en una época en la que, al parecer, el Estado resuelve todo, incluso lo que no resuelve. Pero si el Estado actual (tanto en su versión kirchnerista como macrista) se ha organizado para satisfacer casi cualquier demanda (desde alimenticia hasta internética, desde habitacional hasta securitaria), si busca siempre satisfacer a los votantes, eso no lo hace con el objetivo que declara sino para asegurar la gobernabilidad. 2001 mostró que la gobernabilidad podía ser jaqueada por las organizaciones colectivas extra-estatales (lo que yo llamo la infrapolítica o los nosotros) y colapsar. El Estado posnacional es justamente la reorganización de la política estatal en función de lo político extra-estatal. Esto explica el alto grado de “informalidad” del aparataje kirchnerista, pero también el de los gobiernos nacional o capitalino.
-En 2001, según tu relato, se agota el ya corrompido Estado-nación neoliberal y en 2003 comienza el Estado posnacional, ¿qué sucede entre 2001 y 2003?
-Son fechas de referencia, no más. Si bien diciembre de 2001 es claramente un quiebre, la arquitectura de un aparato estatal que pueda gobernar sobre esa pluralidad de colectivos no se consuma el día de la asunción de Kirchner. En 2002, Duhalde había dado importantes pasos en ese sentido, que luego fueron premisa de “el modelo” K: tipo de cambio alto, planes asistenciales, énfasis en la economía extractiva y las retenciones. Pero también Duhalde ofreció un pifie que sería básico para Kirchner: la masacre de Avellaneda, que obligó a Duhalde a adelantar las elecciones y a Néstor a evitar la represión abierta de los conflictos sociales. 2002 fue un año donde todo podía pasar, y “que se vayan todos” era un enunciado cuyo sentido, aun abierto, dependía del antagonismo entre la clase política y los colectivos dosmiluneros o extra-políticos. Hoy, en cambio, el Estado, con ayuda por supuesto de los medios, ha logrado que ese enunciado no signifique nada constructivo y, muchas veces, que nosotros mismos olvidemos todo lo que podíamos hacer convocándonos con él. Hoy necesitamos otro.
-La forma de "Estado posnacional", ¿es la definitiva o cuál puede sucederle?
-Nada es definitivo en la historia, y menos en tiempos de tanta precariedad como estos. Pero que quede claro: la precariedad no es “culpa” de ningún gobierno en particular sino un rasgo del funcionamiento actual del capitalismo; también a este rasgo se adapta el Estado posnacional con su alto grado de informalidad y repentización.
-Planteás una tercera visión, más allá de kirchnerismo y antikirchnerismo, es algo que suele suceder después de varios años de superada la coyuntura, ¿cómo fue pensar el proceso kirchnerista mientras éste se continúa desarrollando?
-No ha sido fácil: cada nuevo suceso obligaba a reescribir varios conceptos del libro. Sin embargo, la dificultad principal no estriba en que se continúe desarrollando el proceso en cuestión sino en que los medios de comunicación y los políticos siguen cacareando sobre el proceso, recubriéndolo de imágenes inútiles para pensarlo (o mejor dicho: útiles para no pensarlo). Esas imágenes ponen el énfasis de toda la cuestión social en las discusiones de los políticos y las medidas de los gobiernos, invisibilizando la potencia colectiva nuestra de hacer sociedad. Del mismo modo, ponen toda la cuestión en las coyunturas y nos evitan ver las tendencias profundas que informan cualquier actividad. Una y otra invisibilización hacen que veamos todo “más acá” de kirchnerismo y antikirchnerismo. Los historiadores podemos distinguir entre épocas –por ejemplo, entre el pasado y el presente, que comenzó en 2001 y no en 2003. Como historiador, quise aportar a ver más allá de lo que el Estado y los medios visibilizan.
-¿En 2011 los gobiernos siguen siendo destituibles como en 2001?
-No parece (y en el mundo de hoy, ser y parecer son muy difíciles de distinguir). Un dato crucial: desde 1999, la suma de votos blancos y ausentes nunca bajaba del 30-32%; en cambio, el 23/10 no llegó al 26%. Si digo que Néstor y Cristina han sido estadistas, constructores de un Estado posnacional, es porque lograron que la mirada y la expectativa social vuelvan a posarse en el Estado (o más bien en los funcionarios) y que a eso se lo llame política. Aun así, me preguntaste qué sigue después: durar y obtener votos no son sinónimos de institucionalidad sólida (como la del Estado-nación, que, mal que mal, rigió más de un siglo).