viernes, 2 de septiembre de 2011

La imaginalización como recurso de gobernabilidad post-2001


Participante: Te voy siguiendo, salvo por una cuestión: ¿qué es eso de “imaginalización” que cada tanto volvés a decir?[1]
PH: La noción es necesaria para caracterizar el Estado posnacional.
Resultará claro partir del supuesto representativo básico tal como lo expone uno de los más lúcidos abanderados de la representación republicana: “El pueblo es quien tiene la última palabra. Decimos bien pueblo y no gente, porque esta última categoría en tanto consumidora de imágenes generadas por los animadores mediáticos y encuestas producidas por especialistas, parece haber reemplazado al pueblo de ciudadanos concebido como agente soberano de decisión.”[2]
O sea que la representación republicana supone algo que ha dejado de haber: un pueblo de ciudadanos. La imaginalización, en cambio, supone que el pueblo ha sido reemplazado por gente consumidora de imágenes. Lo podemos comprobar cuando constatamos que también los políticos han devenido “animadores mediáticos” (por ejemplo, manifiestamente, cuando Macri se pone a bailar o cuando Kirchner invita a su helicóptero a los noteros de CQC; más sutilmente, cuando opinan lo que las encuestas recomiendan y extraen su legitimidad de ello).
Tampoco se comprueba, en nuestra historia reciente, que la gente haya tenido “la última palabra”: nosotros habló primero. Encima, no les habló a las encuestas. Si la representación desviaba la lucha de clases de las calles a las urnas y, así, de la acción a la esperanza, la imaginalización la desvía de las situaciones a las encuestas y, así, de la construcción a la espera de satisfacción.
Sin pueblo y sin retiro al último lugar, la representación es inviable. Con gente agitada que antes que nada impugnó y afirmó, la imaginalización es lo recomendable.
Imaginalización es lo que hay cuando la representación discursiva o ideológica agota su poder de obtención de consenso y de producción de subjetividad. La representación tiene unos requisitos de coherencia interna y adecuación externa que la hacen demasiado lenta y estacionaria para la sociedad fluida. Si la representación requería discursos disciplinares o ideologías políticas de construcción sistemática y progresiva, las imágenes en cambio prescinden de articularse internamente. Cuando los cambios sociales son muy recientes, cuando incluso siguen dándose, la dinámica imaginal facilita el reconocimiento[3]. Digámoslo así: si la representación requiere ‘investigación’, a la imaginalización le sobra con encuestas. Otra diferencia importante es que, si la representación construye argumentos, la imaginalización performa opiniones/cerrazones. Otra: mientras la representación se estructura alrededor de un centro, la imaginalización prolifera sin estructura interna; así, mientras la representación liga imágenes o palabras a lugares preestablecidos que tienen entre ellos ligaduras también preestablecidas que predeterminan los sentidos, asimilando cualquier novedad asimilable e invisibilizando o reprimiendo las inasimilables, la imaginalización, por ser reticular y no estructural así como por ser más videoclipera que cinematográfica ­–por prescindir, por ejemplo, del principio de no-contradicción, del de identidad, o de la continuidad, la deducción y la inducción narrativas, pudiendo a la vez operar con cualquiera de aquellos y estas o con la simple sustitución sin resto, teniendo como único requisito la visibilidad y la ‘circulabilidad’–, es capaz de, a una velocidad inaudita, poner imágenes a casi cualquier cosa que advenga. Mientras la representación produce y reproduce significados, la imaginalización desparrama señales y passwords.[4] Todas estas características hacen de la imaginalización una dinámica muy adecuada para tiempos de crisis social permanente y ordenamientos precarios (o, como les digo yo, ‘astitucionales’). Pues, allí donde la representación se ve ya impotente de articular coherentemente, la imaginalización se muestra con poder de conectar profusamente. La imaginalización, como debe producir imágenes y palabras visibles y audibles, no desecha sino que aprovecha, y muy bien, las imágenes de antaño, que de alguna manera (debidamente descafeinadas y estilizadas) logran gran circulabilidad, por la facilidad con que se conectan y circulan. Creo que la gran habilidad de Kirchner ha sido, allí donde hay una sociedad compleja y de contornos difusos, sobreimprimirle una imagen de sociedad antagónica y de una política bien definida en torno a divisorias rotundas.
Así es que, mientras la representación se presentaba como ideología o discurso, la imaginalización no se presenta como una entidad específica, sino que puede dar la imagen de ser ideología, discurso, ley, sentido común, o incluso la mismísima realidad (pues la performa). Mientras la representación producía y reproducía una cosmovisión o ideología, la imaginalización desparrama lo que llamaría un flujo de obviedad. Mientras que la representación performaba una realidad a la que se adecuaba y un sujeto al que convencía, la imaginalización performa una obviedad a la que aspira y un deseo al que satisface. Mientras la ideología convencía, la imaginalización seduce.
Historiadora: Ahora entiendo por qué le decías chamuyo al discurso kirchnerista…
PH: Sí. Lo que es estratégico de diferenciar representación e imaginalización, de subrayar el pasaje de ideología a ‘chamuyo’ o flujo de obviedad, es que la subjetividad que así se produce no queda instituida estable, sólidamente. Más bien, queda armada precaria, fluidamente –y me refiero tanto a las formas individuales de la subjetividad (el consumidor o el trabajador precarizado) como a las formas partidarias y militantes (los “armados políticos” o las “corrientes”) como también a las entelequias más abarcativas (“el modelo”, la cultura, la nación, etc.).[5]
[Veremos la imaginalización operar en distintas circunstancias: conflicto “del campo”, elecciones, etc.]
Opinador: Yo, sin embargo, creo que los Kirchner sí han mostrado tener una ideología. Ellos ven las cosas o blancas o negras y cualquier disenso es neoliberalismo, derecha, golpismo… qué se yo.
PH: Lo que vienen mostrando son imágenes de ideología. Digo que son imágenes porque caen en tan evidentes contradicciones que sin duda ven innecesario evitarlas –y que el periodismo, también contradictorio (porque es el gran agente de la imaginalización), se deleita denunciando. Por ejemplo, cuando en las elecciones de 2007 el kirchnerismo, tan antimilitar él, tuvo como una de sus listas colectoras a la de Aldo Rico en San Miguel. “En la Argentina de los tiempos K… las alianzas forjadas antes de los comicios presidenciales sorprenden hasta el límite de lo inimaginable… No importan los prontuarios de los aliados de turno. Lo único que sirve es sumar.”[6]
[…]
PH: Luego tendremos oportunidad de ver las dicotomías reduccionistas o binarizaciones del gobierno actual (por ejemplo, progresismo contra derecha) y relativizarlas. Si planteo la pregunta por la institucionalidad es para ir más allá del debate bizantino –en que nos pierden antikirchneristas y kirchneristas– entre formalidad y pragmatismo y trabajar la pregunta por los procedimientos y mecanismos a que el Estado contemporáneo puede recurrir para gobernar lo social. El Jefe de Gabinete lo dijo así:
“En 2001 se pusieron en riesgo 150 años de conducción política. No pueden volver a suceder ese tipo de cosas.”[7]
El kirchnerismo dice que preocuparse por lo institucional formal es “hacerle el juego a la derecha”. Digamos que temer hacerle el juego a la derecha o al kirchnerismo es hacerle el juego a la dominación. La estrategia es preguntar por los modos en que la clase política logra que no vuelvan a suceder “ese tipo de cosas”. Es decir, no nos preocuparemos por lo formal sino que nos ocupamos de la eficacia de las prácticas gubernamentales. Es decir, de preguntar por los modos en que el Estado actual impide o dificulta a los nosotros la exploración de posibles.


Se presentará en La Casona de Flores, Morón 2453, el jueves 15 de setiembre a las 20.00


[1] Este es un extracto del libro El Estado posnacional. Más allá de kirchnerismo y antikirchnerismo. El libro tiene forma de conversación pues parte de la desgrabación de las clases del Taller de historia argentina “Pensar nuestras crisis”.
[2] N. Botana, Hegemonía y poder.
[3] Aclaro que ese reconocimiento puede contener imágenes fijas y móviles o palabras o sonidos o cualquier combinación de estos elementos; si los llamo imaginales es porque nada requiere articularlos. Amplío en “Qué es una imagen si no es representación”, www.pablohupert.com.ar.
[4] F. Berardi habla de “cadenas asociativas a-significantes”. Lazzarato, de “semióticos a-significantes”.
[5] Otra forma de decirlo: “La ‘política de la vida’ (en que quedan comprendidas la ‘Política’ con mayúsculas tanto como las relaciones interpersonales) tiende a ser configurada a imagen y semejanza de los medios y de los objetos de consumo” (Bauman, Vida líquida, subrayado mío).
[6] Firmado por “A.B.”, “Qué rico sapo”. Veintitrés, 18/10/07, subrayado mío.
[7] Entrevistado por E. Talpone en Tiempo Argentino, 27/2/11; subrayado mío.

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